Liberticidio

img_5306

Creemos que somos libres:

Porque llamamos democrático al régimen que nos gobierna.

Porque cuando vamos al supermercado tenemos a nuestra disposición miles de productos entre los que elegir.

Porque podemos decir y escribir (aparentemente) lo que nos dé la gana en las redes sociales, en nuestro blog, en Internet.

Porque, dice nuestra Constitución, tenemos una serie de derechos fundamentales inalienables.

Así que, somos libres, no cabe duda.

¿Te sientes libre? ¿No?

Pero si…

Puedes caminar sin temor por la calle, sin que las fuerzas del orden te pidan la documentación cada dos por tres, salvo que seas inmigrante o tengas pinta de serlo.

Puedes hacer sátiras, parodias o chistes en Twitter con total impunidad salvo que enaltezcan el terrorismo –o que a alguien se lo parezca- o lances palabras malsonantes contra los judíos o las víctimas de algunos atentados. A otros grupos y minorías puedes insultarles y faltarles al respeto cuanto quieras: a las mujeres; a los inmigrantes; a los parados; hasta a tus vecinos, si estos no son políticos profesionales (suelen tener la ley de su parte, no te interesa meterte con ellos).

Puedes manifestarte en las plazas –autorización de la autoridad competente mediante- siempre que no atentes contra la letra (o el espíritu) de la Ley de Seguridad Ciudadana –Ley Mordaza para los amigos-. Cierto, tiene muchas páginas y parece abusiva; simplifica la problemática manifestándote a favor o en contra de los participantes de Gran Hermano o por la unión de todas las corrientes de yoga en una única, grande y definitiva Escuela de Yoga Integral.

Tus hijos gozarán de educación gratuita siempre y cuando pagues tú los libros, el comedor, las clases extraescolares, las excursiones y, más adelante, los miles de euros que cuesta cualquier grado universitario (sin contar el último curso, llamado máster para cobrarlo más caro).

Tendrás sanidad pública universal gratuita pero sólo sobre el papel porque te verás obligado a contratar una póliza de un seguro privado ya que las largas listas de espera, las urgencias colapsadas y las citas con meses de antelación terminarán con tu paciencia (y, probablemente, con tu salud).

Tu seguridad e integridad están garantizadas por ley salvo que, pequeño detalle, algo en tu figura o en tu documento de identidad lleve a pensar que, quizás, tal vez, a lo mejor, puedas ser un islamista-integrista-radical-terrorista. Cualquier musulmán entra dentro de esta categoría. En realidad, es suficiente con que te llames Abderramán o Yusuf, por ejemplo. Te sucederá lo mismo si tienes pinta de okupa o de anarquista o vas por la vida en plan «desarrapado».

Liberticidio

Vivimos en un mundo globalizado en el que las amenazas y la inseguridad parecen multiplicarse cada día que pasa. Desde los medios de comunicación, nos bombardean con noticias sobre atentados, asesinatos, robos, secuestros, violaciones, accidentes, terremotos, huracanas y lluvias torrenciales. Los discursos de los políticos están colmados de advertencias, amenazas veladas y, sobre todo, miedo, mucho miedo.

Los ciudadanos estamos alojados en el miedo, un miedo construido a base de palabras e imágenes. Miedo a un atentado, a una enfermedad, al cambio y a lo diferente. Como tenemos tanto miedo, compramos seguridad y pagamos por ella el precio más alto: nuestra libertad.

Libertad vs seguridad

Aunque el discurso imperante afirma lo contrario, en nuestros días libertad y seguridad parecen antitéticas o, al menos, conviven con dificultad. Recupero las palabras de Obama: “continúo creyendo que no tenemos que sacrificar nuestra libertad para garantizar la seguridad. Ese es un falso dilema”. Lo dijo cuando salió a la luz que los servicios secretos de Estados Unidos tenían acceso a registros telefónicos de millones de estadounidenses, de ciudadanos de todo el mundo y hasta pinchaban los teléfonos de los políticos y diplomáticos europeos y de otros países.

En los últimos años, hemos tenido constancia de que nos espían y/o compilan datos sobre nosotros: los gobiernos, los servicios secretos, las empresas de telefonía, las grandes empresas de Internet (Google, Facebook, Amazon, Microsoft…) Snowden y Assange son los dos nombres más conocidos entre aquellos que han sacrificado su vida para dar a conocer estas prácticas. ¿Qué ha cambiado desde que sabemos que estamos siendo vigilados? Hummm, ¿nada?

Increíble. No nos importa. Bueno, sí, el primer día sí, cuando sale la noticia ¡todos saltamos indignados! Luego nos volvemos más comprensivos; vamos, que nos olvidamos y seguimos con nuestra vida.

Posdemocracia y miedo

En la actualidad, somos testigos mudos de lo que el profesor Carlo Bordoni llama la posdemocracia “un proceso solapado, presentado como “natural”, que garantiza las libertades formales, pero las degrada o las despoja de su verdadero contenido democrático.”

Estamos matando la libertad, nosotros mismos, con nuestras propias manos. La matamos con cámaras de vigilancia que miran y graban nuestros pasos en las calles, en los centros comerciales, en cualquier lugar público. La matamos ofreciendo abiertamente todo tipo de información sobre nuestras vidas en las redes sociales. La matamos porque tenemos miedo de lo que nos dicen que tenemos que tener miedo mientras que no tememos lo que nos amenaza realmente.

Saber + Mediateca

Este artículo se inspira -muy libremente- en la presentación del libro «Imperio de la vigilancia«, de Ignacio Ramonet. También en algunas ideas extraídas de «Estado de crisis«, un diálogo a dos voces entre Carlo Bodoni y Zygmunt Bauman.